domingo, 7 de junio de 2015

EL PROGRESO VIRTUAL, carta a una amiga





Os hablaba hace unos días del “progreso pulcro”. Y esta mañana, no recuerdo con ocasión de qué cosa que me sucedió, empecé a pensar en que otra de las características típicas de nuestro “progreso” es su carácter de “virtual”. Este nuevo rasgo, que empezó a aparecer en mí como os digo esta mañana, se me vio confirmado esta tarde.

Estaba yo tomando café en mi Plaza preferida, que como conocéis es la de San Francisco. Estando absorto en como iba a montar la electricidad y el teléfono en la terraza, que como sabéis voy a cerrar y a poner allí el ordenador, apareció por detrás de mí Helena, y se sentó conmigo.

 ¿Qué vas a tomar? –le pregunté- ¿Café? ¿Cerveza? No, pídeme un “Seven Up”. ¡Ay la leche que te dieron!. ¿Tienes que pedir esa pamplina, que solo es agua con boquetes y aroma artificial de limón? –Sí, sí, pídeme un “Seven Up”. Le pedí una cosa de esas, que además, cuando lo vi no se llamaba así, se llamaba “Sprite”. En fin –pensé- gilipolladas de los americanos.

Y este “sucedío” me hizo decidirme a escribiros sobre lo que he titulado “El progreso virtual”.

En realidad lo he llamado virtual, para englobar conceptos, pero virtual viene de “virtud”, y precisamente, todo lo que nos rodea en nuestro progreso carece de la virtud que le es propia y por la cual cada cosa es lo que es. Me explico.

Recuerdo una vez que mi amigo, nuestro amigo me hablaba de cómo le sorprendió y le dejó fascinado un anuncio que vio en su día de una cosa que se llamaba Tang. Se trataba de un sobre de polvos de color naranja (color artificial) Esos polvos se echaban en agua, se removían con una cucharilla y se obtenía un maravilloso zumo de naranjas de Valencia. ¡¿cómo?! Desde cuando conoce un yanqui o un noruego lo que es un zumo de naranjas de Valencia.

Pero todo sería normal (hay una ingente cantidad de tonterías por el estilo), si no fuera porque en el anuncio hacían énfasis en que lo mejor del asunto era que tenía un portentoso sabor y color a zumo de naranjas ¡y no tenía nada de naranjas! Esto último se presentaba como lo mejor del hallazgo. Era un descubrimiento maravilloso. Habíamos obtenido un espléndido zumo de naranjas, sin nada de naranja. Era el sumum del progreso, el mejor descubrimiento en zumos.

Escucho a veces en la tele (desde la habitación de al lado, por supuesto), un anuncio en que el fulano va y dice:

- En las estanterías de su supermercado, señora, podrá encontrar en zumo tal, que tiene un cinco por ciento de zumo de naranjas (habría que ver las naranjas), y nuestro zumo cual, que tiene ¡el doble de zumo!-

 Si Pitágoras no miente, cinco por dos es diez, así que el mayestático zumo tiene el diez por ciento de dudoso zumo. Si serán gilipollas, si por cuarenta duros me compro en la Plaza dos kilos de naranjas de verdad, que tienen ¡el cien por cien de zumo! Y zumo de verdad. Pero lo mío no es progreso, soy un anticuado y un retrógrado.

Ocurre algo parecido con los paquetes que compran los niños (americanizados), de cereales para echarles leche. –Señora, compre Vd. esto que tiene mucho alimento, que está hecho de cereales. No te jode, y la telera que yo compro en la esquina, de qué coño está hecha, ¿de cemento? Y por cierto que, con los cereales que tiene un paquetón de esos, que además no caben en ningún sitio, no se haría ni un panecillo para la Barbie. –¡Oiga, es que tienen miel, y vitaminas!  -¡Tu padre, tu padre y tu padre!

Bien, pues en el progreso virtual nada es lo que parece, o mejor dicho, todo carece de su virtud esencial, es decir aquello que debe hacer que lo que sea, sea eso mismo. El café es sin cafeína. El tabaco sin nicotina. La cerveza sin alcohol. Las rosas  ya las hay sin espinas. En Japón ya han inventado la mascota mecánica, que ni come ni caga ni mea. Y vas a una discoteca, ligas, (después de un gran trajín), y cuando llega el momento, ¡zás!,  menudo paquete que tienen “la niña”.Y así todo.

Y ocurre que vas y pides un café con leche en cualquier lugar “progre” tipo yanqui y te ponen: un café hecho con unos polvos fabricados por supuesto sin café, una leche (la que le dieron) hecha de unos polvos que nada tienen que ver con la ubre de ninguna vaca, y un azúcar fabricada a base de un edulcorante que no tiene relación alguna ni con la caña de azúcar, ni con la remolacha ni con ninguna otra cosa que contenga la más mínima cantidad de azúcar. El agua en que va disuelta semejante porquería seguramente la habrán sacado de alguna depuradora en mal estado.

Pero no es solo la comida la que se está convirtiendo en “virtual”. Es todo. Una vez recuerdo que te dije, M, que mi propósito en la vida fue siempre encontrar lo auténtico en todas las cosas. Y te expliqué a qué me refería. No me gusta jugar a las casitas. Quiero decir con esto que generalmente, jugamos a las cosas, no las tomamos en serio.

Escucho a mucha gente decir que le gustaría saber tocar algún instrumento. Y se compran una odiosa pianola donde están todos los ritmos y todos los instrumentos. De esas que se enchufan. O se compran una flauta dulce de plástico. Se apuntan a un método “rápido” en el que se incluyen “partituras” arregladas o fáciles de autores clásicos. O también gente que compran discos con versiones de obras clásicas “con ritmo” añadido, es decir con una batería marcándoles el ritmo (por si no lo cogen), con lo cual cualquier sinfonía de Beethoven resulta bailable. ¡Horror!

Métodos fáciles para aprender inglés, ruso o rumano en dos meses. Aprenda pintura por correspondencia, etc. etc.

Todo esto no es serio, y cualquiera que haya pretendido hacer algo serio lo sabe perfectamente.

Si quieres aprender música y dominar un instrumento (no de plástico y cables, sino de verdad), es preciso dedicarse a ello seriamente y con profundidad. Asistir a clases, estudiar, machacar el instrumento, etc.

Por lo general, cuando acudimos a un concierto vemos solo el resultado, no la preparación anterior al mismo. Recuerdo que cuando cantamos el Stabat Mater de Haydn, con la Coral, que fue en Semana Santa, llevábamos preparándola desde el Octubre anterior. Y eso contando con que todo el mundo sabía música y el director del coro era catedrático de Canto Coral en el Conservatorio y actualmente director es de la orquesta Manuel de Falla. Así y todo exigió meses de preparación.

Pero todo esto, el que va al concierto no lo sabe, ni lo imagina. Cree que todos los que cantan, así como los intérpretes de la orquesta son una especie de monstruos o ángeles asistidos por una ciencia divina.

Igual ocurre cuando asistimos a un concierto de piano. ¡Que facilidad tiene el tío! ¡No se le ven las manos corriendo por el teclado! ¡Que habilidad! Por supuesto que tendrá arte y habilidad, pero lo que no imaginamos es cuantas horas habrá pasado a solas delante de las teclas y cuántos cientos de veces ha repetido aquél pasaje de la partitura que nos fascina.

¿Os gusta el circo? A mi sí, y además, aunque no me gustara da igual. Debía acompañar a Miguelito. Ventajas de tener un niño. Pues bien, cuando veo al trapecista o a la trapecista (en ésta me fijo más), o al que tira todo por lo alto a la vez y lo recoge, no nos explicamos cómo, sin dejar caer nada, exclamamos: ¡Qué arte, que habilidad! Podríamos preguntarle cuántas veces cayó a la red antes de dominar el ejercicio o cuantos porrazos se dio en la cabeza con los bolos o con los platos.

Escuché no sé dónde que la facilidad con que el artista realiza su obra la atribuimos a su arte natural, cuando en realidad es producto de su trabajo incansable. Creo que era Rubistein, el pianista, quien decía: “Cuándo llevo solo un día sin tocar el piano ya me lo noto yo. Si llevo dos, me lo notan los críticos. Y si llevo tres días sin ensayar el público ya lo nota en mis conciertos... “

Recuerdo que te hablaba de la televisión y Miguelito. Y te decía que no todo lo que se puede ver es negativo, y que yo me había empeñado en hacerle ver películas de Walt Disney (este mago de nuestra época), la de los dibujitos, y a ser posible las que exponen cuentos antiguos, como Blancanieves, Caperucita, etc.

Si tiene que escuchar música, trataré de formarle el gusto por una música que eleve el espíritu, aunque sea sin que se dé cuenta, un poco como hicieron conmigo. Porque hay una música que eleva y otras que distraen, entontecen, embrutecen o hacen daño.

Si hay que comer, comamos alimentos genuinos, sanos y auténticos. Si hay que leer, leamos libros sanos. Es lo que nos dijo Alfonso X, que para eso era sabio, ya sabéis:

Quemad viejos leños
Bebed viejos vinos
Leed viejos libros
Tened viejos amigos

Ojo, que no dice libros viejos ni amigos viejos, que no es lo mismo.

Lo que os hablo ocurre igual con los amigos. Durante mucho tiempo todos hemos mantenido amigos con los que hemos pasado horas y horas de diversión, pero intuíamos que no eran amigos auténticos. Los verdaderos amigos son otros, y también sabemos cómo sin y quiénes son (con el paso de los años y la madurez)

Es preciso ser serios. Pero no con los otros, sino con uno mismo. No se las puede dar uno de pintor si no se ha tomado uno el trabajo durante años de aprender sin cesar, de conocer poco a poco las técnicas, el oficio, sin esforzarse al máximo en el dibujo, en la perspectiva, en el color y en cientos de conocimientos que son los mínimos para, después de cientos de pinturas y años de buscar inspiración, poder decir, con derecho a ello: -“he pintado un cuadro”. Lo demás son bromas e ilusiones sobre uno mismo.

Conozco un escritor, compañero de mi cuñado, que ha escrito un libro sobre la vida de un musulmán de la Edad Media y sobre el ambiente en que su vida se desenvolvió. Y comprendo que, para escribir eso, y hacerlo con derecho a escribirlo, Debe tener, y lo tiene, un profundo conocimiento del mundo musulmán, de la vida en aquella época, amén de la psicología de sus personajes, de sus costumbres, de su forma de ver la vida, de sus creencias, etc. etc. Y esto no se improvisa, ni se aprende en un manual de esos de “Conozca el mundo musulmán en diez sesiones” No, eso es broma. El está dedicado a ello en alma y cuerpo. Es licenciado en Historia, y seguramente lleva veinte o veinticinco años trabajando en ello. Como os digo, tiene derecho a escribirlo. La seriedad de su trabajo se lo da.

No quiero decir con esto que también habrá quien se toma el mismo esfuerzo y luego escribe algo insulso o sin interés. Esto es otra cuestión.

Seguramente recordáis la película, de grandes valores, sin duda, de Amadeus. Salieri trabajaba tanto o más que Mozart, pero... Por supuesto no todo es trabajar. Pero decía creo que Picasso que la inspiración del artista se encuentra tras años de intenso trabajo. O lo que es lo mismo, el trabajo es el precio de la inspiración. Only drawning men could see him. Recuerdo ahora la también espléndida película del El loco del pelo rojo. Recordáis como trabajaba Van Gogh, día y noche, como un poseso. Creo que ese es el precio. Eso es ser serio. Eso es querer algo de verdad. Lo demás son fantasías


2 comentarios:

Brisa dijo...

Es cierto... volver a los orígenes de alguna manera para reconectar con nuestro cuerpo, mimarlo, mimarnos, puede que sepamos llegar a encontrar el equilibrio...

Un abrazo

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida Brisa, tendremos que hacer esfuerzos personales intensos, sin dejarnos llevar por la corriente...
Un abrazo.