sábado, 21 de febrero de 2015

CAMBIAR



  Nos pasamos gran parte de nuestra vida esperando que los demás cambien, pidiéndoles que cambien, exigiéndoles que cambien. Y, por supuesto, nos rebela e indigna que sigan siendo los mismos, los mismos en su carácter, los mismos en sus manías, los mismos en sus reacciones, los mismos en sus errores. Evidentemente, desde nuestro punto de vista.


 Un amigo mío siempre decía, y creo que sigue diciendo, la siguiente sentencia:

 “La vida funciona como un reloj”

  Y en esta sentencia se encierra algo muy trascendente: nuestra mecanicidad, nuestro automatismo. Sabemos de antemano como reaccionará un amigo ante un estímulo, ante una situación. No hay, casi, posibilidad de error. Siempre hace lo mismo en esos casos, el mundo funciona como un reloj. Pero se nos olvida un detalle: nosotros también.

  Y lo que agudiza el asunto es que ni siquiera nos planteamos si podríamos reaccionar de manera distinta a la habitual ya que, si nos lo planteáramos y la viéramos inadecuada, probablemente nos disgustaría nuestro actuar y emplearíamos nuestra voluntad en cambiarlo. Pero casi nunca la vemos, a no ser que un fuerte choque nos la ponga ante nuestros ojos.

  Pero a todo este asunto se añade otro peor. No queremos en realidad ayudar a nuestros amigos o a nuestra familia, en suma, a nuestro prójimo, a cambiar a mejor. Únicamente lo exigimos. ¿Y por qué lo exigimos? ¿Por su bien? No. Por el nuestro.

  De pequeño me enseñaron en las clases de religión, creo que se llamaban las obras de misericordia, y una de ellas creo recordar que era así:

  "Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestro prójimo"

         Y ¿qué enseñanza encierra esa recomendación?

  Pues  la de que creo que no es posible pedir a alguien que cambie, así, radicalmente, de la noche a la mañana. Exigírselo sin tratar, con amor, de ayudarle en ello, demuestra que nuestra actitud es egoísta, no busca el bien de nuestro prójimo sino más bien el nuestro.

  Así, solemos achacar nuestras dificultades a que los demás son como son: ¡Malooooossss...! Y es preciso que sean buenos para que a nosotros nos vaya mejor. Nosotros somos bueeeeeenos, solo que nos rodean gente mala y perversa que nos echan la vida a perder. Justamente así es como piensa un adolescente. Y muchísimos “adultos”.

  ¡Qué poca conciencia de nosotros mismos tenemos! ¿No se nos ocurre que nuestro principal y primer trabajo es mejorar nosotros? ¿No se nos ocurre pensar que en muchos casos, en casi todos, más bien en todos, es nuestra actitud la que impide el cambio de nuestro prójimo?

  Si nuestra actitud fuera de amor verdadero, inegoísta y noble, haríamos a buen seguro otras cosas de las que hacemos por nuestro prójimo. Lo aceptaríamos como es y, a partir de ahí, le ayudaríamos amorosamente a percatarse de sus actos absurdos o ignorantes. Pero antes y en primer lugar tendríamos que examinarnos a la luz de la conciencia y ver nuestros impedimentos, nuestro automatismo y que, igual que los demás, funcionamos con un reloj. Eso nos haría más humildes.

  Sufrir con paciencia..., pero ¿qué es la paciencia? La paciencia, al contrario de lo que comúnmente se cree no es esperar pasivamente a que algo suceda. No. Si se espera pasivamente no es paciencia, mas bien es estupidez. Paciencia es esperar activamente los resultados, porque en el Universo nada sucede repentinamente, sino en sus pasos y en sus momentos. No podemos pedir que amanezca de pronto en medio de la noche, pero sí podemos aprovechar la noche mientras llega el día.

  Y ¿mientras tanto, que hacemos? Mientras tanto, el trabajo es nuestro. En lugar de exigir a los demás que cambien y que no nos alteren ni enfurezcan deberíamos esforzarnos en ayudarlos con amor. Y aprender a no alterarnos ni a enfurecernos. En realidad no sirve para nada.


No hay comentarios: