lunes, 28 de enero de 2013

¿QUÉ FUE ANTES EL HUEVO O LA GALLINA?


























Este es un clásico dilema, que, hasta hoy no ha tenido ninguna conclusión inequívoca e irrefutable. No obstante, he encontrado una página en Internet, cuyo enlace es el siguiente: http://www.20minutos.es/noticia/124329/0/huevo/gallina/dilema/
en el que, consultados un científico, un filósofo y un granjero, todos coinciden en que primero fue el huevo.

Yo, desde luego, me quedo “pasmao” con tan increíble coincidencia y tan absurda conclusión, a pesar del conocimiento filosófico de uno, el científico del otro y, sobre todo, con la experiencia en estos asuntos de un granjero.

Yo, modestia aparte, creo haber encontrado la solución al enigma. Y lo explicaré a continuación.

No pudo ser solo la gallina, ya que todos sabemos (y el granjero mejor que nadie) que los huevos son estériles si a la gallina no la ha pisado previamente un gallo y, una vez puesto el huevo fecundado, lo ha empollado el tiempo suficiente. Todos, o por lo menos yo, y creo que el granjero también, sabemos que, al cascar un huevo de gallina y observarlo con detenimiento, comprobamos si el gallo pisó a la gallina, porque el huevo muestra en él lo que se llama “engalladura”. Es visible a simple vista, no hace falta microscopio. Es la huella del gallo.

Tampoco pudo ser el huevo el primero en aparecer, ya que no tendría engalladura, y en el caso de que apareciera con engalladura, no existiendo el gallo ni la gallina se daría una situación surrealista. Y, como tampoco existiera entonces una gallina que empollara ese huevo, me parece que, sin engalladura y sin empollar no nacería pollito, simplemente se pudriría. Esto lo sabe el granjero de todas todas.

Así que el dilema no tiene solución aparente. Aún así, yo le he encontrado respuesta.

Me acuerdo de cuando se cuenta el mito de Noé, quien, avisado por Dios del diluvio, le ordenó que construyese un arca donde debería meter una pareja de animales para que pudieran seguir existiendo cuando saliera el arco iris y la paloma trajera la rama de olivo en su pico. Una pareja, señores, una pareja. Dios no era tonto, y Noé tampoco.

Por algo, y desde que el mundo es mundo y el universo universo, la generación se ha producido por dualidad. Si Noé se hubiera olvidado del gallo, no existirían hoy día ni gallinas, ni huevos de gallina, ni pollos.

Por esto, el dilema es erróneo en su planteamiento, ya que subyace en él el pensamiento materialista. Señores, de la materia confusa no surge vida, de la materia no surge nada si no es fecundada y , consiguientemente, ordenada.

En cualquier cosmogénesis que estudiemos de cualquier religión, arte o ciencia, de la que tengamos noticias hasta hoy día se encuentra la solución al falso dilema.  El Uno sin segundo y la Trinidad como medio de expresión.

La ciencia actual (que yo conozca) sigue admitiendo una creación monoparental, y si me apuráis, aún totalmente huérfana de padre y madre. El llamado Big Bang, literalmente: Gran Explosión.

En un principio existía (¿) únicamente el vacío (¿) y en un momento, no sabemos porque razón, se produjo una inimaginable y enorme explosión, la que llaman Big Bang. Pero yo pregunto: ¿Qué fue lo que explotó si no existía entonces nada, es decir, solo el vacío, si es que puede tener existencia algo que no es nada? ¿y porqué tuvo que explotar la nada? y, además ¿la nada puede explotar?

Con el tiempo, los científicos se dieron cuenta que su teoría (por llamarle algo) era totalmente absurda. Así, los científicos más avanzados dijeron suponer que en principio existía una materia enormemente condensada, amorfa y homogéneamente desorganizada. Le llamaron “la sopa cósmica”. Y eso fue lo que explotó. Y se fumaron tranquilamente un puro. Pues, que yo sepa, una sopa no explota por sí sola, es más, ni siquiera se mueve, a no ser que yo meta la cuchara.

Seguramente los científicos leyeron el Génesis hebreo y de ahí tomaron la idea. Transcribo literalmente de dicho libro: La tierra estaba confusa y vacía. Es preciso suponer que la palabra vacía equivale a vacía de orden, al igual que confusa. Sopa cósmica. Óvulo o huevo sin fecundar.

Pero al parecer no han seguido tomando ideas del Génesis, porque a continuación se puede leer:
… pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas… sobre las aguas primordiales, oscuras y abismales.

Y dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz. La Luz primera, generadora del Universo.

¡Bueno! ¡Hasta aquí podemos llegar! –clamó el materialismo- si seguimos así llegaremos a que el Universo fue creado por Dios. ¡De eso nada! Todo lo más admitimos que la materia amorfa, tan densa que toda la necesaria para luego formar el Universo estaba concentrada en un solo punto infinitamente pequeño, explotó. Sí, así fue, y se ordenó ella sola pues si no ¿qué agente externo a ella la iba a ordenar, si era lo único que existía? Debemos mantener a toda costa que solo existe la materia y que, por azar, se organiza sin necesidad de organizador. La materia es muy lista, y además es lo único existente, ahora y siempre.

Creo que alguien dijo que estaría dispuesto a aceptar el motor organizador del azar si ocurriera lo que sigue: arrojar una y otra vez al espacio troncos de árboles, hierro y otros metales, colmillos de elefantes, y que cuando cayeran otra vez a la Tierra volviera en forma de órgano sonando la Tocata y Fuga compuesta por J.S. Bach. Solo entonces admitiría la teoría del azar.

Es una pena, porque es muy socorrida para muchas cosas, incluso cotidianas en la vida del hombre, pero tiene una gran inconveniente: es falsa. Lamentablemente todo suceso requiere una causa. Es tan obvio que no merece mayores comentarios. Y el azar no requiere causas. Molestas causas…

¿Qué hacemos pues ahora? ¿A quién recurrimos? A los grandes científicos; se lo preguntaremos a A. Einstein.

- Sr. Einstein, ¿usted cree que Dios juega a los dados?
- No, yo creo en la ley y el orden absolutos.

¡Pero bueno! ¿Hasta Einstein nos va a desbaratar la “ley” del azar?
Bueno, diremos que la materia tiene su propia “ley” y que esta consiste en el azar. ¡Bien dicho! Salvo que encierra una enorme contradicción, ya que la ley es justo lo contrario del azar.

…………….

Un óvulo de cualquier animal no es fecundo por sí solo. Es la materia primordial. Para su fecundación, desarrollo y ordenación requiere de un agente distinto a él. Ese agente es la célula masculina, la que promueve la ordenación de la materia primordial, en este caso un óvulo femenino.

Deberíamos preguntar al granjero que ocurriría si en su granja solo tuviera gallinas ponedoras. Pueden imaginar ustedes el resultado a corto plazo: una granja desierta.

Si acudimos a las plantas, todo el mundo sabe, y el campero también, que las flores se autofecundan, ya que disponen de ambas células polares. La femenina en el pistilo y las masculinas en el polen de los estambres. E incluso hay árboles que tienen sexo, y es necesario tenerlos de los dos sexos uno cerca del otro para que de fruto el llamado hembra.

Y este es el motivo del uso de preservativos y otros anticonceptivos, evitar el contacto de ambos agentes, de lo femenino con lo masculino.

Por lo tanto, quien sostiene la absurda teoría de la sola existencia de la materia organizada por el azar, desconoce una de las leyes que rige el universo, la ley de la dualidad. Y no hace falta ser ni científico ni filósofo, porque hasta un granjero sabe que de uno no sale nada. Sale de dos, de un macho y una hembra. Y no solo la gallina y el gallo, el resto del universo no es una excepción y también sigue esa ley.

Los griegos tenían bien asentada esta ley, y nos presentaban el origen del universo de una forma trina: Caos-Teos-Cosmos. Caos como la materia primordial, Teos como agente fecundador del Caos, y Cosmos el resultado o fruto.

Ley probablemente recogida de los egipcios y de su trinidad: Osiris, Isis y Horus.

En cualquier civilización se nos presenta la misma unidad trina: Padre-Madre-Hijo. Y no es pura coincidencia, es decir, no es resultado de ningún azar. Es simplemente una ley universal constantemente mantenida a lo largo de las civilizaciones.

Entonces, recapitulemos y volvámonos a hacernos la pregunta:
¿Qué fue antes, la gallina o el huevo?
Lo que fue antes fueron gallina, gallo y huevo. A partir de ahí sí hay generación perpetua y ordenada según la ley.








jueves, 24 de enero de 2013

SABER Y SABER EXPLICAR




No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.
A. Einstein

Muchas veces nos ocurre que alguien nos hace una pregunta sobre algo y cuando intentamos explicárselo, nos encontramos con una gran dificultad. Tras muchos intentos de hacerle entender nuestra idea o conocimiento sobre el asunto, terminamos con la conocida excusa: “¡Qué coraje! ¡Lo sé, pero no sé explicártelo!”.

Y lo que realmente ocurre, aunque no queramos admitirlo, es que no comprendemos lo que “sabemos”. Lo sabríamos explicar en nuestro lenguaje, porque en ese lenguaje lo oímos cuando nos lo contaron, pero ese lenguaje no es conocido por nuestro inquisidor, así que contárselo tal cual no vale para nada. Valdría si conociera nuestra “jerga”. Pero no la conoce.

Las “jergas” tienen el inmenso peligro de utilizar palabras que acaban siendo solo sonidos vacíos de contenido, porque entre sus usuarios no se plantea qué significa cada palabra. Se da por sabido su contenido. Nunca hay petición de principio. Y ¿en qué consiste la petición de principio? Pues, para verlo claro con un ejemplo, sería cuando alguien nos pregunta:

–Oye, cuando hablas de Dios, ¿a qué te refieres?

Entonces es cuando comienza la cuestión. Entre la gente que dicen tener las mismas ideas de las cosas y que usa habitualmente una “jerga”, nunca se realizan peticiones de principio. Y si a alguien le da por hacerla en un momento determinado, todos lo tacharán de impertinente. ¿Cómo se te ocurre preguntar eso? Todos lo sabemos. Y tú también lo sabes perfectamente. ¿Lo preguntas para molestar?

Y lo cierto es que molesta exigir a alguien, antes de seguir con la conversación, que nos aclare qué significan para él conceptos o realidades que se dan por sabidos. Pero el no aclararlo hace que las conversaciones sean interminables e infructíferas. Cada uno habla del asunto usando sus conceptos y, si son totalmente diferentes, el diálogo se convierte en un diálogo de besugos. No lleva a ningún sitio. Cada uno habla en un idioma diferente, y la conversación se convierte en algo así como si un chino hablara con un bantú, por poner un ejemplo. Cada uno en su lengua, claro.

En realidad es muy difícil hablar de algo profundo con alguien. Es preciso anticiparse siempre y aclarar qué entendemos por cada término que usamos, siempre que el término no sea algo obvio. Pero en los planos sutiles no hay casi nada obvio. La bondad, el amor, el olvido, lo divino, la belleza, el bien, el mal, por poner solo algunos ejemplos, son términos que, a la vez que los usamos, requieren aclarar bien qué entendemos por ellos.

Las preguntas de los niños son un buen ejemplo de esto de lo que hablo. Los niños (hasta que lo dejan por imposible) preguntan todo y sobre todo. Sin ningún complejo. Además se diferencian de los adultos en que no se contentan con una explicación que no entienden. Requieren, generalmente con preguntas encadenadas, que se les explique con un lenguaje claro y comprensible lo que están preguntando. Los adultos, sin embargo, nos conformamos con cualquier respuesta. No vaya a ser que nuestro interlocutor piense que somos unos burros que no sabemos de nada. Solo Sócrates preguntaba cosas que a nadie se le ocurría preguntar. Y, por supuesto, nadie sabía responderle, con el consiguiente enojo del “sabio” al que le había preguntado. Solo sus discípulos comprendían que las preguntas eran necesarias, y su discípulo Platón, en sus Diálogos, hace infinidad de preguntas que hoy día nadie haría. “No sé por qué preguntas eso, todo el mundo lo sabe”, le dirían.

Pero en realidad, solo cuando alguien es capaz de explicar la realidad metafísica más profunda a un niño pequeño, es cuando ese alguien de verdad comprende lo que piensa y, en consecuencia, es capaz de hacérselo entender a una mente limpia y sin prejuicios ni conceptos fijos y cristalizados, como es la de los niños. Cuando alguien de verdad comprende algo, puede explicarlo de mil maneras diferentes y puede poner mil ejemplos sobre ello. Porque lo conoce y lo ve desde todos los ángulos posibles.

Y todo esto de que hablo no es una elucubración estéril. Todo esto de lo que hablo es en realidad la raíz de la dificultad que existe en la trasmisión del conocimiento y de la sabiduría y la raíz del difícil entendimiento con los demás. No es posible trasmitir un conocimiento cuando antes no se ha comprendido e integrado a nuestra vida. Explicarlo con palabras vacías es un trabajo, no solo inútil, sino pernicioso, porque la persona que pregunta se da inmediatamente cuenta de que aquel que quería explicarle algo no sabe de ese algo casi nada. Enseguida se da cuenta de que solo repite palabras. Palabras de las que desconoce su sentido. Y a continuación, cualquier explicación que provenga de esa persona la pondrá en tela de juicio. Se ha roto así el vínculo necesario para la comunicación, a saber, la confianza mutua.

De la misma manera, la comunicación con las personas de nuestro entorno es imposible si cada uno, al escuchar al otro, no sabe perfectamente cuáles son sus ideas sobre las cosas trascendentes. Solo así pueden entenderse y compartir vivencias e ideas.
Al no existir esa comprensión mutua, se dan, desgraciada y continuamente, casos de incomunicación aun en personas que llevan conviviendo durante muchos años.

Y si solo habláramos de lo que de verdad conocemos… ¿de qué hablaríamos?

Silencio.

Solo hay tres voces dignas de romper el silencio: la de la poesía, la de la música y la del amor…
A. Nervo




domingo, 20 de enero de 2013

¡EL FIN DEL MUNDO GADITANO...!

¡Corred! ¡Esconderse! ¡Los Mayas tenían razón, aunque con un poco de retraso...!


miércoles, 16 de enero de 2013

SENTIDO COMÚN



















Escuché que una vez un discípulo hizo una pregunta a su Maestro.
–¿Qué es lo que está Vd. intentando explicarnos, Maestro?
El Maestro le contestó:
–Solo estoy intentando explicaros que cuando llueve, las calles están mojadas.

Bueno, quizá a alguien le parezca una contestación absurda, por ser algo obvio. A mí, cuando lo escuché, también me pareció rara. Pero, si lo había dicho un Maestro, algo querría decir. Y con el tiempo me pareció descubrirlo.

Las enseñanzas están íntimamente ligadas con el sentido común. No hay ninguna enseñanza que no se someta al sentido común. Y como el sentido que ofrece las verdades más nítidas es el común, no es preciso estar en posesión de título ni máster alguno para entenderlas. Basta el sentido común, por cierto, el menos común de los sentidos. ¿Por qué es el menos común? Seguramente porque los hombres nos negamos a admitir lo que es evidente y todo el mundo lo sabe, y preferimos cualquier otra interpretación que se pliegue a nuestros pueriles deseos.

Cuando llueve las calles están mojadas. Es seguro que habrá gente que lo niegue, o que actúe sin tener esto en cuenta. Pero es así de simple y a la vez de irrefutable. No actuar conforme a esta verdad lleva sin duda a actos estériles, nefastos y estúpidos. Igual que en las otras cosas. Salvo que en otras cosas las consecuencias suelen ser más graves.

Hay unas leyes que rigen los acontecimientos, y son leyes que son casi siempre obvias, o de fácil entendimiento. Y si alguien se empeña en llevarles la contraria o en no tenerlas en cuenta, los resultados de sus actos no serán los esperados, sino cualquier otro, que, además de inesperados serán sin duda dolorosos y dañinos.

La Ley Natural suele ser tan sencilla como lo de la lluvia y las calles. De ahí que la sabiduría popular de la gente sencilla la conoce con mucha más profundidad que los doctos y sesudos estudiosos, que, perdiéndose en divagaciones fantasiosas, llegan a cualquier conclusión por más peregrina y absurda que pueda ser.

Así, los magos llegaron a conocer las leyes naturales, que son todas de aplicación, en su sentido amplio, a todos los seres existentes. De esta forma, comprendían no solo una parcela del saber, sino todo el saber en su conjunto, ya que las leyes de una parcela se aplican a cualquier otra, por ser leyes universales. Lo que es arriba es abajo, como decía Hermes.

Con el tiempo uno llega a intuir la razón de por qué los auténticos sabios dicen constantemente las mismas cosas, sea en cualquier tiempo o lugar. Creo que es así porque las leyes son siempre las mismas, la naturaleza es siempre la misma, y el hombre es siempre el mismo. ¿En qué podrían diferir sus enseñanzas? Quizá únicamente en su manera de hablar, o en su idioma, nada más. La ley de gravedad se puede decir de muchas maneras, pero el asunto es constantemente el mismo. Y lo mismo ocurre con las demás leyes.

Por ello no me interesa un sabio más que otro, a no ser que entienda mejor el lenguaje de uno mejor que el del otro. Pero siempre estaré seguro de que me dicen exactamente lo mismo de la misma cosa.

¿Cómo podría ser de otra manera?


martes, 1 de enero de 2013

LOROS



























Los loros son unos animales muy simpáticos que a todos nos hacen mucha gracia. Se dice de ellos que son los únicos animales que saben hablar. Es cierto, dicen multitud de palabras, pero con una única condición: que antes las hayan escuchado muchas, muchas veces, de las voces de las personas que con ellos conviven.

Así pues, y dotado de un órgano fonador muy versátil, aunque no tanto, por supuesto, como el humano, es capaz de articular palabras que son perfectamente entendibles por cualquier persona.

A mi cuñado se le murió hace unos años un loro que convivía con su familia desde hacía mucho tiempo. Según él murió de repente, y contaba que, en su opinión, se le había atragantado una pipa de girasol, lo que probablemente le llevó a la muerte, dada su ya avanzada vejez. De todas maneras no comprendía cómo había muerto de la noche a la mañana, porque –según contaba– el día anterior había estado charlando con él tan normal, como siempre. Charlando un poco de todo. y, además, no fumaba ni bebía nada con alcohol.

Pues sí, los loros hablan. Lo que ya no estamos tan seguros es de que comprendan lo que dicen, ni que entiendan lo que se les dice a ellos. En muchas ocasiones no va parejo en absoluto la articulación de palabras, frases e incluso discursos, con la comprensión que tiene de ello el propietario de la boca. En muchas ocasiones basta haber escuchado las mismas palabras muchas veces para luego repetirlas con la mayor desfachatez –como el loro– sin tener la menor idea de lo que se está diciendo.

Sí. Hay muchos seres humanos-loros.

Pero existe una gran diferencia (a favor del loro, por supuesto), y es que al loro no se le ocurre pensar ni por un momento que sabe de qué está hablando, pero los otros están absolutamente convencidos de que lo que expresan es fruto de su reflexión y experiencia, y no repetición mecánica de lo que han escuchado muchas veces.

De esta manera, y a falta de prudente y elemental discernimiento, cualquier falsedad se puede convertir en verdad, contando con que el loro no se plantea nunca la autenticidad de lo que escucha. Si su amo lo dice… por algo será.

Así, cientos, miles, millones de hombres y mujeres loros hacen circular su insensatez por el planeta, porque plantearse en sí mismo y con sus propias armas la ardua batalla de discernir lo verdadero de lo falso es tarea que solo abordan los valientes y los dotados de inteligencia humana, capaces de soportar el estado de duda que lleva a la certeza. Ya sabemos que un hombre sin dudas es un hombre sin certezas. Sus certezas son siempre prestadas de otro, lo que, llegado el momento crucial, no le sirven para nada en absoluto, porque no son suyas. No ha sido capaz de atravesar el desierto del “no sé” de Sócrates y, en consecuencia, nunca llegará por sí mismo a ninguna certeza en su vida, lo que le hará incapaz de actuar basándose en sus propias convicciones. Cae la persona o ideología que le prestó sus certezas y, lógicamente, cae él mismo. Porque en realidad no era nadie, era solo un ser-loro.

Lo único que lleva a la certidumbre es la incertidumbre.

Como dijo E. Kant:

La inteligencia del hombre se mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar.