martes, 12 de julio de 2011

ARMONÍA


En mi anterior entrada, que publiqué con el título “Unidad y diversidad”, terminaba con una pregunta: “¿Y cómo puede lograrse la armonía?” Y ya que hice la pregunta, creo mi deber, no contestarla, sino tratar de aportar mi escasa comprensión ante asunto tan profundo.

Lo más simple sería decir: armonía es aquello que une lo diverso en una unidad. Bueno, sí, puede ser una definición, pero a mí nunca me dejaron satisfecho las definiciones, porque siempre me parece que tienen truco. En este caso cualquiera podría preguntarme: ¿Y cómo muchas cosas se pueden hacer una sola? Y entonces estamos igual que al principio.

Es evidente que la armonía de un conjunto no es ni la suma de cada elemento ni ninguno en particular, ni un grupo de entre ellos. Creo que es algo que no está en el grupo, es algo que está entre ellos y por encima de ellos, podríamos decir que está en un nivel superior al de todos los elementos del grupo. Y tiene una virtud, una cualidad, que no tiene ningún elemento del grupo. Esa virtud le hace capaz de crear una unidad armónica, con entidad propia y, repito, a un nivel superior.

Me gusta la música, ya sabéis, y acudiré a ella para explicarme o, más bien, para tomar ejemplos.

Nadie negaría que la quinta sinfonía de Beethoven, o la tercera, o cualquier de ellas, es cada una una unidad en sí misma. Incluso leí unos comentarios de Leonard Berstein en los que afirmaba que todas las sinfonías de Beethoven en su conjunto formaban una sola unidad, y que no era posible comprender, en su más profundo sentido musical, una u otra separada de las demás. En este caso, a las unidades de las sinfonías se superponía, en un nivel aún superior, otra unidad más amplia, la totalidad de las sinfonías de Beethoven. Yo, aunque humildemente, me atrevería a ampliar eso que dijo el profesor Berstein, y yo afirmaría que toda la obra de Beethoven posee una unidad, y que no es posible conectarse con el alma del compositor comprendiendo una sola obra de su pluma, es preciso comprender toda su obra. Es, por así decirlo, una unidad aún superior a la anterior comentada, y la crea el alma del compositor.

Creo que hemos dado con una de las claves. Un grupo humano, cuando tiene unidad, es decir, es propiamente un grupo y no un amontonamiento de personas, tiene un alma. Tiene, por decir así, algo que siente, piensa y actúa movido por un alma única. Existe armonía entre sus miembros, y existe, como consecuencia, unión.

En este momento alguien podría preguntar: “¿y ese alma, de quién es, de donde viene, cómo surge?

Yo diría que se crea cuando, misteriosamente, nace una identidad de sentimientos, de pensamientos y de fines vitales. Y ese alma mueve al grupo, lo hace un solo ser, y lo lleva hacia su meta, con una fuerza que es muy superior a la suma de las fuerzas de cada elemento.

Desde luego, esta situación no se consigue por el voluntarismo de querer que sea así y ya está.
Las personas del grupo, antes, deben acercarse a su condición de individuos, es decir, singularidades, con lo que es mucho más fácil conseguir la identificación necesaria. Si se trata solo de personas sin nada en común unas con otras, aferradas a sus propias personalidades, siempre dispares, la armonía se vuelve imposible. En el ejemplo de la orquesta, un violín tocaría una pieza de Sarasate, porque le gusta más, y otro a Paganini, que es su preferido. Y el violoncelo tocaría algo de Bach, al que adora. O bien, uno tocaría más lento y otro, que fuera más nervioso, más rápido, y los más flojos solo tocarían de vez en cuando, cuando les apeteciera. El resultado os lo imagináis, ya no sería un concierto, sino un desconcierto. Bueno, de esta manera no hay nada que hacer.

El Universo es armónico, y bello, porque los astros cumplen las leyes. El sol no sale cuando le apetece y por donde le apetece, ni Mercurio hace rabona de sus deberes, ni la galaxia de Andrómeda, cuando está cansada, se va un año, o un milenio, de vacaciones. No podría ser.
Todos recorren puntual y estrictamente sus órbitas, y son alegres por ello. Cumplen su misión en el conjunto armónico. Saben que el orden del Universo incluye también su propio orden particular, y que su propio desorden puede desordenar el Universo.

Platón nos decía que lo bello ha de ser bueno, y que lo bueno ha de ser bello. Esta relación puede ampliarse al conjunto de sus arquetipos, lo bueno, lo bello, lo justo y lo verdadero. Cualquier ser que alcanza uno de los arquetipos alcanza simultáneamente todos los demás. Y la razón es simple, ya que si los arquetipos son las cualidades de lo Uno, al llegar a Él por uno de los caminos, en la cima encuentra a todos los demás.

En Egipto esta unidad ya se representó en sus pirámides. Al final de las cuatro caras, en la cúspide, estaba el piramidón de oro, unidad de todas las unidades.



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