sábado, 18 de julio de 2009

FRANCISCO DE ASÍS






Francisco de Asís amaba la Naturaleza. Algunos le tacharían de bobo, porque se cuenta que hablaba con los pajarillos del bosque, con las plantas y con el agua de los arroyos, de la decía era humilde, pura, sencilla y clara, quizá los rasgos más anhelados y más raros de encontrar en un ser humano, y por lo tanto siempre digna de ser imitada por el hombre.

En su tiempo no se hablaba de ecología, ni estaba tan bien visto como hoy ser ecologista, pero sin duda él sí lo era. Y lo era, seguramente, porque amaba a Dios, a la Naturaleza y a sí mismo, llevando su vida como el agua, con sencillez, pureza y humildad.

¿Qué necesitamos para respetar, cuidar y valorar a cualquier persona, animal o cosa, para respetar a la Naturaleza toda? Creo que basta con amarla.

He leído que los indios americanos amaban la tierra en que vivían. Cuando algún necio advenedizo y prepotente les propuso comprarle sus tierras, el jefe indio quedó perplejo, y casi se le cayó la pipa de la boca. ¿Comprar la tierra? ¿Es que acaso son mías las tierras? ¿Cómo se puede vender algo que solo es de los dioses? ¿Puedo yo vender esta tierra, si ha sido estercolada con los huesos de nuestros antepasados, es vida para los animales, es casa de las hierbas, espacios del sol y la luna, de los vientos y las estrellas?

No podía comprender eso.

Pero la cuestión es otra. En la práctica ¿cuál sería nuestra relación correcta con la Naturaleza? Antes he dicho que amarla. ¿Pero... a qué lleva ese amor, de existir? ¿Es lícito variar su equilibrio mediante nuestra intervención? ¿Hay que dejarla a su aire y amoldarnos a ella?

Quizá seamos, no sus amos, pero sí sus cuidadores. Recuerdo que en el Génesis se dice:
“Tomó Yahvé Dios al hombre, y le puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase...”

¿Qué es cultivar y guardar? Pues yo creo que quizá sea parecido a nuestro deber de padres para con nuestros hijos. Cultivar y guardar. Todos sabemos que no somos dueños de nuestros hijos, tal como bellamente lo expone K. Gibrán en su libro “El profeta”.

La Naturaleza no es nuestra, pero es nuestro deber cuidarla, con el mismo amor que profesamos a nuestros hijos, con la misma protección, así nos debemos a ella. No se vende a un hijo, no se daña a un hijo, ni tampoco se obliga a un hijo a ir en contra de su destino.

Y no se puede respetar ni amar lo que no se conoce.

He escuchado que el mago es mago porque que ama la Naturaleza, aprende sus leyes y vive según ellas. Y también escuché que colabora con ella, y, de forma natural, ella le sirve y le presta obediencia.

Los árboles, los arroyos o las montañas son nuestros compañeros de viaje y nuestros hermanos (como diría Francisco de Asís), con los que juntos desarrollamos nuestra vida y buscamos nuestro destino.

Igual que hacen ellos.



2 comentarios:

Helen Maran dijo...

Sabes amigo que tengo suerte , llego siempre a tu casa y parece que el post es para mi,hoy Francisco de Asis, su vida su obra es única, el cuidar la naturaleza, sabes que es muy de la tematica de todos los grupos de meditación del Tibet e India, en Vipasana que hay un centro en pleno desierto del Negev a 180 km de Eilat, estamos allí en un clima caliente y tenemos plantas,pasto ,alboles yo me acerco con el otobus por la ruta y se que estoy llegando, por el verde en el desierto en el cielo,es un oasis en medio de la nada y esa naturaleza la cuidamos como el más grande tesoro.Amigo te dejo el más grande abrazo de luz desde israel, y sabes tengo unos premios en el blog que quiero compartir con los amigos, pasate a recibirlo.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida Helen, me alegra que sientas que lo que escribo es para ti. Nada me hace más feliz.
Todos conocemos como los israelitas han conseguido lo que nadie había conseguido, transformar el desierto en un vergel.
Mis respetos y mi admiración para este pueblo tan abnegado y trabajador.
Un beso.